Había pasado todo el día con su mamá, en gran centro comercial. Esa bella niña de cabello marrón oscuro, pecosa, clara imagen de la inocencia, no debía tener más de ocho años.
Todos nos quedamos frente a la puerta. Cuidándonos de no mojarnos con la lluvia. Todos esperábamos, algunos con paciencia y otros impacientes, porque la naturaleza estaba estropeando la prisa rutinaria. Siempre me ha gustado la lluvia, los recuerdos de mi infancia, corriendo bajo las gruesas gotas de lluvia, eran bienvenidos como un forma de aliviar todas mis preocupaciones.
La voz de la niña era tan dulce, que me saco de mi trance hipnótico con una inocente frase "mamá corramos por la lluvia"
-¿ Qué ?-dijo la madre -"si mamá ... corramos por la lluvia.
-No mi amor, esperemos a que deje de llover- contesto la madre. La niña espero otro momento y repitió--mamá corramos por la lluvia.- y la madre volvió a decirle.
-si lo hacemos nos majaremos.
-No mami, no nos mojaremos. Eso no fue lo que le decías a papá. Tal fue la respuesta de la niña mientras jalaba el brazo de su madre.
-¿Ésta mañana? ¿Cuando dije que podemos correr por la lluvia y no mojarnos?
-¿Ya no lo recuerdas? Cuando hablabas con papá acerca de esa enfermedad terrible, tú le dijiste que si Dios nos hace pasar por todo esto, puede hacernos pasar por cualquier cosa.
Todos nos quedamos en silencio. No escuchábamos nada más que la lluvia caer. Todos nos quedamos parados, silenciosamente.
La madre se detuvo a pensar por un momento acerca de lo que debía responder. Este era un momento importante en la vida de la niña, en el que la inocencia y la confianza podían ser motivadas de manera que algún día florecieran en una inquebrantable fe.
-Amor, tienes razón, corramos por la lluvia. Y si Dios permite que nos empapemos, puede que el sepa que necesitamos una lavita. –Dijo- y salieron
corriendo.
Todos nos quedamos observándolos, riéndonos, mientras corrían por el estacionamiento, pisando los charcos, por supuesto que se mojaron. Pero no fueron los únicos, las siguieron unos cuantos que reían como niños, mientras corrían hacia sus autos. Si yo también corrí. Y si, también me moje seguro que Dios pensaba que necesitaba una lavadita.
La vida, las circunstancias o las personas, pueden quitarnos nuestros bienes más preciados, dinero, salud. Pero nada ni nadie puede quitarnos nuestras posesiones mas preciadas.
Así que decidí que nunca más olvidaría tomarme un tiempo para correr por la lluvia y darme una lavadita.
Saludos
María del Carmen